Un patito y una sonrisa
Hoy en el nodo de "La Tana" perteneciete a la Red de Trueque viví una experiencia que me conmovió profundamente y que quiero compartir, porque resume en un gesto simple el espíritu de lo que venimos construyendo desde hace tantos años.
Yo estaba parado en la puerta de entrada, observando cómo se desarrollaban los intercambios. Entre las personas presentes estaba una niña junto a su madre, que se moviliza en silla de ruedas. La madre, con paciencia y firmeza, realizaba una operación de intercambio, concentrada en conseguir alimentos —como toda buena madre que prioriza la nutrición de sus hijas—, mientras la pequeña tenía la mirada fija en unas pinzas para el pelo con forma de patito. La acariciaba con esa ternura y ese deseo propios de la infancia, pero cuando su madre terminó, tuvo que dejarlo de lado para ayudarla a trasladarse hasta su mesa. Entre obediente y protectora, acompañó a su mamá sin reclamar nada para sí misma.
Esa escena me tocó el corazón. Le comenté lo que había visto a Jorge, un colaborador comprometido con la red, un hombre mayor y padre de familia. También se emocionó. Apenas la niña volvió a sentarse, Jorge tomó el patito, se acercó y le preguntó si era eso lo que quería. Ella, tímida pero sincera, asintió con la cabeza, como quien responde con respeto a un adulto. Entonces vino la sorpresa: Jorge le dijo que se lo quedara, que era un obsequio. La niña sonrió, y en su sonrisa cabía toda la gratitud y la alegría del mundo.
Pero la historia no terminó allí. Jorge, fiel al espíritu del trueque, fue al puesto de la señora que ofrecía esos artículos para cerrar la operación con nuestra moneda social. Le preguntó cuántos créditos debía pagar por el patito. La mujer, al comprender la situación, sonrió y respondió:
—¿Es para la niña?
Cuando Jorge asintió, ella dijo:
—Entonces no es nada, yo también se lo regalo.
En ese instante, lo que circuló no fue solo un objeto: fue ternura, solidaridad y reconocimiento mutuo. Y allí está la diferencia que quiero subrayar.
El mercado formal en el que nos movemos a diario es impersonal, competitivo y excluyente. Allí, si no tenés dinero, simplemente no podés acceder. Quedás paralizado. Y algo tan sencillo como un accesorio juvenil capaz de hacer feliz a una criatura se vuelve inviable. Ese mercado pone por delante el precio, no el valor; la transacción, no el vínculo.
En cambio, en el mercado solidario que supimos crear, emergen otras lógicas: el amor, la comprensión, la empatía y la cooperación. No hay lugar para la competencia estéril ni para la acumulación sin sentido. Aquí lo que circula no son solo bienes, sino también gestos que fortalecen el tejido social. Aquí, un simple patito se convierte en símbolo de lo que somos capaces de construir juntos: un espacio donde cada persona importa, donde la ternura encuentra lugar, donde las necesidades materiales se atienden sin perder de vista la dignidad y la alegría.
Este episodio me dejó pensando que el mercado no tiene por qué ser sinónimo de frialdad y exclusión. Puede ser también un espacio de encuentro humano, donde lo que intercambiamos trasciende los objetos: compartimos valores, cuidados y esperanzas.
Hoy te invito a una decisión concreta: imaginar no alcanza, construir sí.
¿Te sumás a crear este mercado diferente? No necesitás grandes recursos, solo la voluntad de intercambiar desde otro lugar. Podés:
✅ Buscar el nodo más cercano y vivir la experiencia
✅ Organizar intercambios entre vecinos, amigos, compañeros
✅ Compartir esta historia para que otros descubran que es posible
Porque otro mercado no solo es posible: ya existe. Lo estamos construyendo en cada gesto, en cada sonrisa !
El mercado solidario te espera. ¿Cuándo llegás?
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